Fue después del mediodía. El cielo de Malvinas Argentinas se llenó de humo negro. Explosiones de garrafas volaban por el aire. Sucedía otro caso de la Argentina atada con alambre.
Barrio El Callao. Calle Puerto Rico. Casas bajas, humildes y tierra en lugar de asfalto. Allí, un galpón de unos 30 metros de fondo. Paredes viejas, portón rústico y un cartel en amarillo despintado con la leyenda : «De 8 a 17hs venta garrafas $330”
Hacía cuatro meses que el lugar se había transformado en un depósito de garrafas. Lo sabían los vecinos alertados por el fuerte y persistente olor a gas. Y no lo sabía la Municipalidad de Malvinas. O algún funcionario no había hecho bien su trabajo de controlar el lugar, exigir medidas de seguridad, es decir evitar el desastre que sucedió.
Alguien soldaba cerca de las garrafas y pasó. Más de 100 de esos envases explotaron, las esquirlas volaron por el aire como proyectiles. El depósito trucho terminó en un polvorín.
Esta vez la Argentina atada con alambre dejó paso a un milagro. Evidentemente Dios andaba por ahí porque no hubo muertos. Apenas algunos heridos, la mayoría bomberos.
Los lengüetazos de fuego arrasaron con la casa de atrás del depósito y Osvaldo un colectivero de la 60 se quedó sin nada.
-¿Quién me paga esto?, preguntaba con los ojos rojos de tristeza.
Mientras lo escuchaba, pensé que en esta Argentina insólita seguro que nadie se haría cargo…
En esta Argentina impredecible, los controles están y no están. O la corrupción maneja todo y se mira para otro lado. Y se deja funcionar a un depósito de garrafas en un galpón rodeado de casas y sin las medidas de seguridad necesarias.
¿Algún funcionario Municipal-Provincial-Nacional averiguará que pasó?
En esta Argentina de hoy día, sospecho que no.